[helpme_fancy_title style=»avantgarde» tag_name=»h3″ size=»21″ line_height=»24″ color=»#782516″ font_weight=»inherit» letter_spacing=»0″ font_family=»none» margin_bottom=»10″ align=»center»]La familia y las nuevas tecnologías
La Revista Antiguos Alumnos del Sagrado Corazón Chamartín recoge la exposición de Margarita Bofarull en las charlas-coloquio de nuestro 140 Aniversario. Es muy interesante la reflexión que hace sobre la influencia de la tecnología en el desarrollo personal y en las relaciones, cómo el uso excesivo de Smartphones, tables, ordenadores y demás afecta a la sociedad, especialmente a los jóvenes.
PROBLEMA DE LA FAMILIA EN LA SOCIEDAD
Voy a exponer algunos problemas y amenazas que creo que afectan a la familia, y especialmente a los niños, y de cada uno de ellos expondré brevemente oportunidades y posibilidades para superarlos o contrarrestarlos.
1. Imperio de lo virtual frente a lo real. Hegemonía de la tecnología.
Internet, el mundo digital y la realidad virtual están cambiando nuestras mentalidades. No distinguir lo virtual de lo real puede conllevar creer que todo es posible: volar si me tiro desde una ventana como superman, matar y «resucitar», tener más de una vida, como los protagonistas de muchos juegos. También, y es más peligroso, creer que todo se puede conseguir inmediatamente, al ritmo de un clic, y no comprender que la vida es procesual. Convertirnos en impacientes perpetuos.
El Concilio Vaticano II en la constitución Gaudium et Spes hablaba de los cambios sociales, psicológicos, morales y religiosos que sufría nuestro mundo. Algunas de sus afirmaciones que creo plenamente vigentes casi cincuenta años después y que trataré de contextualizar hoy.
Las relaciones humanas.
Las relaciones humanas se multiplican sin cesar y al mismo tiempo la propia socialización crea nuevas relaciones, sin que ello promueva siempre, sin embargo, el adecuado proceso de maduración de la persona y las relaciones auténticamente personales (personalización)
GS 6
Este es, a mi entender, uno de los puntos nucleares que configura el cambio profundo respecto al matrimonio de muchos jóvenes.
Cuando tuvo lugar el Concilio, no estábamos todavía en la era de Internet. Las redes sociales eran por lo tanto algo inexistente. La telefonía móvil tampoco había entrado en nuestro mundo, y sin embargo GS ya hace esta afirmación, que creo que se ve muy amplificada por estas nuevas tecnologías. Sería objeto de un estudio profundo, pero a nadie escapan los cambios que están produciendo en las relaciones personales las redes sociales, la comunicación móvil, Internet, etc.
Los jóvenes no entienden un mundo sin WhatsApp, tabletas, nubes, Facebook, Twitter, chats, y estos medios han cambiado las relaciones humanas y me atrevo a decir que también han modificado el proceso de maduración de las personas. La vida humana es procesual, y ello implica tiempo. La tecnología nos ha vuelto impacientes e inmediatistas. Ha cambiado profundamente el concepto de espacio y tiempo. ¿Qué es cerca? ¿Qué es lejos? ¿Qué es rápido? ¿Qué es lento?
Si un procesador tarda unos segundos en responder, decimos que va muy lento y debo cambiar el ordenador. Puedo recorrer miles de kilómetros en un tiempo similar al que tardaban nuestros antepasados en recorrer sólo cien. Si quiero conectar con una persona no espero un tiempo, que me permite una reflexión sobre el contenido de la comunicación, inmediatamente le envío un WhatsApp o le llamo, muchas veces sin haber procesado nada interiormente.
Algunos dicen que estamos más conectados que nunca, pero nos sentimos más solos que nunca. Muchas veces sustituimos conversación por conexión, y el resultado es soledad. Somos seres sociales, es indudable, pero hay atenciones que sólo un humano puede dar a otro humano. Los beneficios de un abrazo, una caricia, no son equiparables a los de una conexión multitudinaria o una relación virtual. Podemos conectar con cientos, e incluso miles de personas, pero perdemos relaciones profundas, auténticamente personales.
No confundamos lo virtual con lo real. La primacía de lo virtual sobre lo real puede llevar también a una disminución de la llamada inteligencia emocional, con un inmediatismo que dificulta los procesos de maduración. Creo que merece la pena en los ámbitos educativos fomentar la interioridad, la reflexión, la paciencia (palabra totalmente proscrita hoy). Hay quienes dicen que cada vez esperamos más de la tecnología y menos de nosotros mismos. Las relaciones interpersonales se resienten.
Por una parte, los jóvenes se encuentran cada vez más teniendo que asumir conflictos familiares desproporcionados con sus posibilidades, esto les hace madurar. Por otra parte, la cultura del bienestar unida a la gran utilización de las nuevas tecnologías retrasó la maduración personal en muchos casos. Se tiende a crear «perfiles» ideales y editarlos o borrarlos a nuestra conveniencia, pero es claro que la persona necesita procesar lo que vive, hacer experiencia. Hace años leí que experiencia no es lo que nos pasa, sino lo que hacemos con lo que nos pasa. Necesitamos tiempo y reflexión.
Jóvenes sobreprotegidos, que lo han tenido todo, muchas veces carentes de espacios de silencio y de interioridad, en algunos casos con una educación de la voluntad muy precaria, acostumbran a ser jóvenes más inmaduros y curiosamente más insatisfechos. Se buscan gratificaciones inmediatas. Muchas veces se llega al cuestionamiento de las cosas tras el dolor que ha producido la inmadurez en las relaciones.