Las pandemias de otros
El COVID-19 llegó de golpe. Nadie se esperaba que pudiéramos vivir una situación como esta, que parece sacada de un libro de ciencia ficción. Una pandemia global que ha parado el mundo y ha dejado a la sociedad conmocionada por el número de personas fallecidas en tan poco tiempo. Sin embargo, hay muchas otras pandemias que hacen morir a las personas y que no nos damos cuenta porque no afectan a nuestra vida diaria, preferimos mirar para otro lado y seguir con los ojos tapados ante las tragedias que suceden en otras partes del mundo en este momento.
El Papa nos recordaba en la homilía del 14 de mayo que, aunque muchas personas han sufrido por el efecto del coronavirus, hay muchas otras pandemias que provocan daños, víctimas y destrucción cada día. En concreto, el Santo Padre, se refería a tres: la pandemia de la guerra, la pandemia del hambre y la pandemia de los niños sin educación. Nada más que en los primeros cuatro meses de años 3,7 millones de personas murieron de hambre. ¿Y por qué entonces hablamos sólo del coronavirus? Porque es la que nos afecta a nosotros, a los países desarrollados. Esta es nuestra lucha, pero las demás son las luchas de otros.
La solución no es fácil, pero está claro que las guerras provocan pobreza y hambre, que a su vez generan nuevas guerras, entrando en un círculo sin fin. Y la falta de educación fomenta las hostilidades y la incomprensión entre los pueblos. La ignorancia, el analfabetismo y la falta de cultura son un denominador común en los países subdesarrollados, de ahí que una de las prioridades de los misioneros sea la enseñanza. Combatir la ignorancia con educación es también una forma de combatir la pandemia de las guerras y el hambre, como las llama el Papa Francisco, ya sea en el Tercer Mundo o en el nuestro.
A través de las labores que realizan personas como los Padres Somascos en Beira, Mozambique, conseguimos dar una oportunidad a niños en situaciones desfavorecidas para que puedan tener acceso a un futuro mejor, a la vez que contribuimos a mejorar la sociedad con educación y cultura para que todas las personas puedan desarrollarse dignamente. Pero para llevar a cabo esta gran labor, los misioneros necesitan nuestro apoyo, pues gracias a cada pequeña aportación ellos consiguen seguir combatiendo la ignorancia. Os dejamos el testimonio de Estevão, uno de los chicos que dejaba el Lar a finales de marzo después de que haya sido su casa y su familia desde 2012. Gracias al apoyo de los Padres Pedro y Carlos se había podido formar y estudiar, hasta conseguir el título de «Técnico en Medicina General», firmando por fin en marzo un contrato por 5 años para trabajar en un hospital rural en Sofala.
«Soy huérfano de padre y madre. Vivía en la calle, en Beira, y en 2011 conocí a P. Pedro: charlábamos cuando él venía a la Plaza del Ayuntamiento a encontrarse con nosotros, los chicos de la calle. En 2012 me acogieron: tenía sólo 12 años. En el LSJ estudié los cinco años de Secundaria [equivalente a nuestro bachillerato], que terminé en 2016; luego estudié en el Instituto de Ciências da Saúde “Tenha Esperança”, de Beira, para Técnico de Medicina General, y terminé en el 2019. En agosto de ese mismo año realicé un curso de Educador, y me dieron un diploma de participación. Este año, 2020, me presenté a unas oposiciones y conseguí aprobarlas; estos últimos meses estaba trabajando como voluntario en uno de los hospitales de la Ciudad: ahora tengo mi propio trabajo, y quiero a agradecer al P. Pedro y al P. Carlos la educación recibida: también gracias a ellos, en 2015 me bauticé, y en 2018 recibí la confirmación. Doy las gracias a todos los Padres Somascos y hermanos que, trabajando día y noche, ayudan a los niños huérfanos como yo; y a estos dos hombres, P. Pedro y P. Carlos, por la educación recibida, el nivel académico que he conseguido, y el bautismo y la confirmación en la Iglesia católica. ¡Se lo agradezco enormemente!»
Puedes leer el artículo original de la Fundación Emiliani aquí.
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